B.7.I.- Mi DNI de validez permanente (¿el último?).
Reflexionando (gerundio de reflexionar. 1ª, intransitivo: pensar atenta y detenidamente sobre algo).
Yo reflexiono... una y otra vez. A veces le doy tantas vueltas al tornillo que termina trasroscado. Sólo confío en que no me pase como a aquel que cayó en la manía de darle vueltas a su ombligo hasta que se le cayó el culo al suelo.
&&&&&&&&&& Podéis reproducir este vídeo para acompañar la lectura con música.
Pues hoy, por la mañana, acudí a un equipo expedidor del DNI a renovar el mío, que ya iba a caducar. Todo el trámite resultó muy fácil y rápido. Así que bien. Pero, cuando tuve el nuevo documento en mi mano y me puse a comprobarlo, me sorprendió sobremanera un dato, su fecha de validez: 1 de enero del año 9999.
De primera impresión ese extremo de precisión puede resultar chocante, hasta gracioso. Sin embargo, debe tener su lógica, supongo; se habrá decidido aplicar tal fecha de vigor tras un proceso sereno y reflexivo, sigo suponiendo.
Yo ya iba avisado de que, cuando alcanzamos ciertos grados de veteranía en la vida, nos favorecen unos beneficios proporcionales a los méritos adquiridos por haber “aguantado tanta marea”, por ejemplo: el beneficio de obtener un documento de identidad de validez permanente, válido hasta el fin de nuestros días. Se ve que es un documento destinado a sobrevivirnos, ya que nosotros vamos a caducar antes que nuestro documento. ¿Penoso? ¿Os parece? Según y cómo se mire. Hay quien dice que puede valer para "el más allá"; otros replican que puede ser que sí, siempre que ese más allá no caiga en Rusia, por ejemplo, porque allí ya han detenido a alguno por sospechar, a la vista de tal fecha, que había falsificado el documento.
- “Pues, ¿cuál fue, entonces, la causa de la sorpresa?”- preguntaréis.
- “Lo largo que me lo fían -Os contesto- hasta el 1 de enero del año 9999".
Hagamos unas cuentas fáciles: 9999 - 2018 = 7981 años más. ¿No son muchos años para tener que vivirlos, un día tras otro? Sigamos con las cuentas de la lechera: 7981 + 71 = 8052 años de vida. "¡Oh cielos, qué horror, Leoncio!" No me diréis que no va para largo. ¿Qué esperanza de vida es ésta? ¿De qué estadísticas podría haber sido deducida?
Cuando me pongo a imaginar cómo tendría mi cuerpo serrano antes de cumplir siquiera la mitad de esa edad, me agobian muchas dudas:
Algunas son de vergüenza no más: ¿tendré que llevar pañales o cánulas y bolsas excretoras; o me las apañaré de alguna forma digna?; ¿o me cagaré y me mearé por las patas abajo? Y, además, ¿cuán colgón tendré entonces mi escroto? ¿Se habrá forrado algún avispado inventando un artilugio con la doble función, suspensoria y empapatoria? No sé.
Luego vienen otras dudas menos vergonzantes: ¿Cómo tendré los tobillos, y las rodillas, y las lumbares, y las cervicales? ¿Andaré engurrinao? No sé, no sé.
Y luego otras un pelín egoístas: ¿Me llegará la pensión para algo, o para nada, o para todo? ¿De dónde saldrán los fondos para pagar unas pensiones tan duraderas? ¿Habrá que prolongar la vida activa y contributiva hasta los 4000 años? No sé yo si yo... ¡Qué va, qué va!
Y, después, otras más altruistas: ¿Nos juntaremos cada dos años los amigos de 1959 para tener una fiesta de antiguos amigos? ¿Seguirá alguno en el grupo de whatsapp? ¿Continuarán Villalibre y cía castigándonos con tantos vídeos y fotografías cada día, casi siempre de origen tumultuario? ¿Se habrán dado cuen-- en algún momen-- de que son contrapoducen---? Ellos sabrán, o tampoco.
Otras dudas son de índole político-administrativa: ¿Necesitaré para algo el DNI? ¿Se habrá constituido una república independiente en La Cepeda? No ha de faltar quien lo proponga, supongo.
Y algunas otras dudas inducidas por la vanidad, porque, por supuesto, “dentro de tantos años, todos calvos”, yo el primero. ¿Tendré sabañones en el colodrillo? ¿Sabrán mis tatararararanietos los cuentos del raposín Quelisto?
Después de dejar sin solución -¡que no la tienen!- tantas cuentas como éstas, al menos consigo alcanzar un par de conclusiones racionales: la primera es que, si llego a esa edad de 8052 años, andaré jodido, bien jodido sin duda, pero bien documentado al menos; y la segunda es que, por si acaso se diera el caso de que, habiendo muerto, según el común, a mi debido tiempo, no hubiera o hubiese muerto en realidad, sino que anduviera o anduviese tomando cañas (¡ay lerén leré!), bien me vendría presentar un documento de identidad que me acredite para evitar que me entierren en plena resaca. Y se me ocurre una ocurrencia a modo de sobre-conclusión, acaso no tan racional como las anteriores: “puestos a ser espléndidos en la promesa de longevidad documentada, ¿por qué no alargar la validez de mi DNI otros doce meses, hasta el 31 de diciembre del año 9999, doce meses más, por si acaso se diera o diese un caso?”
No hace falta que me contestéis a ninguna de estas preguntas escritas en el aire. Ya me anticipo yo mismo vuestra respuesta: “¡tonto, tonto, tonto! ¡Pero tonto del todo! y para siempre, para una miríada de años, aunque no lo ponga en mi nuevo DNI!".
Aclarando (gerundio del latín acclarāre. 1ª. tr. Disipar o quitar lo que ofusca la claridad o transparencia de algo).
Yo aclaro:
1.- Que esto, todo esto, va de broma. Que nadie se alborote por ello, ni me lo tome a mal.
2.- Que es preferible reír que llorar, especialmente cuando se acerca la fecha de caducidad del titular de nuestro DNI y nos alcanza el miedo al susto, como diría mi amigo Ángel P.
3.- Que vos deseo mucha salud, de muchos años, pero de los buenos, y muchas risas sin prisas.
Telemarañas
7 de junio de 2018